Lenguaje y Literatura I
Rafael Alejandro Zamora González
Análisis comparativo de la presencia de las deidades y su influencia en los personajes de La Ilíada, El Proceso y El Extranjero
Este ensayo busca analizar de forma comparativa la presencia de las deidades en las obras La Ilíada de Homero, El Proceso de Franz Kafka y El Extranjero de Albert Camus, y cómo estas influencian las acciones y el curso de la historia en cada una. A pesar de la enorme diferencia de los contextos entre ellas, debido al gran lapso de tiempo que se dio entre la primera y las demás, entre otros factores determinantes, es curioso encontrar que en los tres libros hay una constante controversia acerca de su presencia, y a la vez la importancia que se les toma en cada uno es completamente diferente.
En La Ilíada hay una vital participación de las deidades a través de toda la obra, la cual comienza precisamente: “Canta, oh diosa, la cólera del Pélida Aquiles” (Homero, 600 a.C., 1), haciendo referencia en primer lugar a la diosa griega Atenea, quien tiene una frecuente intervención en el desarrollo de la historia, y al hijo mortal del rey Peleo y de la nereida Tetis. Esta última le recuerda a su hijo que “[su] vida ha de ser corta, de no larga duración” (Homero, 600 a.C., 9), ya que él no es una deidad como ella, y para mejorar su situación mortal le promete dirigirse al Olimpo, palacio de las deidades, a hablar con Júpiter[1].
Para convencerlo de que le ayude, Tetis le recuerda a Zeus que le ayudó en algún momento cuando las demás deidades intentaron derrocarlo:
“Te gloriabas de haber evitado, tú sola entre los inmortales, una afrentosa desgracia a Júpiter, que amontona las sombrías nubes, cuando quisieron atarle otros dioses olímpicos, Hera, Poseidón y Palas Atenea. Tú, oh diosa, acudiste y le libraste de las ataduras, llamando al espacioso Olimpo al centímano a quien los dioses nombran Briarco y todos los hombres Egeón, el cual es superior en fuerza a su mismo padre[2], y se sentó entonces al lado de Zeus, ufano de su gloria; temiéronle los bienaventurados dioses y desistieron de su propósito.” (Homero, 600 a.C., 11)
Esta declaración compromete la supremacía del mayor de los dioses en aquella época en el Olimpo, lo cual a su vez cuestiona el verdadero poder que se creía que pudieran tener todos ellos, pero algo que no podemos dudar es la influencia que estos personajes ejercían sobre aquellos ‘mortales’.
Cabe recordar que La Ilíada comienza con una peste supuestamente enviada por Apolo, lo cual resalta el nivel de superstición de aquella época, y el cómo los personajes se valen de las plegarias y los sacrificios, como las hecatombes[3], nos resalta la importancia que estos personajes ficticios, las deidades, tenían en aquél entonces. Independientemente de su cuestionable poder, incluso por los mismos mortales al describir su debilidad, la confianza que las personas se creaban en estos personajes es trascendental no sólo para el desarrollo de la obra, sino también en el de la historia real a través de la antigüedad.
En El Proceso, el personaje principal Jospeh K es sometido a un juicio a cargo de un sistema legal jerarquizado. Si bien la presencia de Dios nunca es mencionada como tal en la obra, su representación es primordial a través de todo el proceso del personaje, el cual es sostenido por dos niveles de tribunales: el superior y el inferior, este último haciendo referencia a la sociedad en general, quien es quien juzga temporalmente al hombre,; “–También las niñas pertenecen al tribunal. […] Todo pertenece al tribunal. –No lo había notado.– dijo K brevemente.” (Kafka, 1925, 90).
Sin embargo, la referencia al tribunal superior también se hace a lo largo de todo el libro, y es explicada por el pintor Titorelli al personaje, mientras le expone la naturaleza de las absoluciones que se pueden dar:
-La judicatura inferior, a la que pertenecen mis conocidos, no posee el derecho a otorgar una absolución definitiva, este derecho sólo lo posee el tribunal supremo, inalcanzable para usted, para mí y para todos nosotros. No sabemos lo que allí pasa y, dicho sea de paso, tampoco lo queremos saber. Nuestros jueces[4] carecen del gran derecho a liberar de la acusación, pero entre sus competencias está la de poder desprenderle de ella. Eso quiere decir que si obtiene este tipo de absolución, queda liberado momentáneamente de la acusación, pero pende aún sobre usted y puede suceder, si llega la orden desde arriba, que entre en vigor de inmediato. (Kafka, 1925, 95).
El proceso no es más que precisamente el desarrollo de un arrepentimiento formal ante este tribunal superior, que nadie ha visto o conoce en persona pero cuya existencia todos claman. Este tribunal superior representa la justicia de Dios, que va más allá de la justicia creada por el hombre, de sus sistemas legales y sus puniciones terrenales, y termina por ser quien tiene la última palabra, por lo que al igual que el tribunal inferior, la sociedad, este influye notoriamente en el comportamiento y las acciones de las personas, en este caso, de los procesados y de Jospeh K.
En El Extranjero la presencia de una deidad superior como tal no es tan notoria como en El Proceso, pero sí hay posibles relaciones con un dios mediante distintas representaciones. La explicación más lógica es que esto se debe a la naturaleza del personaje principal, Mersault, quien es un nihilista activo; debido a esto, él no tiene confianza ni esperanzas en nada ni en nadie, dejándolo sin la capacidad de la fe en un ser supremo. La presencia como tal de Dios se da únicamente al principio y al final de la historia, durante el funeral de la madre de Mersault, y durante una visita que un capellán le hace en su celda antes de morir bajo previa condena.
Esta visita resulta un tanto incómoda para Mersault, ya que antes ya se había negado tres veces a recibirlo. El capellán entra en la celda mientras el otro divagaba en sus pensamientos, considerando la posibilidad de que se le concediera y aceptara una petición de indulto. El sacerdote le “confirmaba su certidumbre de que [su] petición de indulto sería aceptada, pero que [él] cargaba el peso de un pecado del que tenía que desembrazar[se]” (Camus, 1942, 120), pero este expresa que desconoce lo que es un pecado, y se niega a arrepentirse por haber cometido un asesinato, argumentando que ya se le había condenado, y que ese habría de ser su pago por su supuesta culpabilidad.
El sacerdote expresa que su confianza en su indulto se debe a su fe en alguien más, haciendo una clara referencia a Dios, y le propone que se arrepienta ante él, ya que en su opinión la justicia de los hombres no era nada, en comparación con la justicia de Dios. Le pregunta que si entre las piedras de su celda, misma de otros condenados a muerte, no había visto el rostro de Dios:
Yo tenía lo ojos fijos en el suelo. […] El sacerdote miró en torno a sí, y respondió con una voz que repentinamente sentí muy cansada. “Todas estas piedras transpiran dolor, lo sé. Nunca he podido verlas sin angustia. Pero, desde el fondo del corazón, sé que los más miserables de ustedes han visto surgir de su oscuridad un rostro divino. Es ese rostro lo que pido que vea.” (Camus, 1942, 120).
Pero Mersault le contesta que no, que sólo ha visto el rostro de su amante Marie, dando a entender que para él sólo existe el deseo por el placer inmediato, pero no la confianza en un arrepentimiento por parte de un ser superior para una felicidad eterna. Mersault termina por explotar, haciendo entonces una catarsis de toda la indiferencia que había sentido a lo largo de su vida, descargándose con el sacerdote tanto física como verbalmente:
Entonces, no sé por qué, algo reventó en mí. Empecé a gritar a voz en cuello, lo insulté y le dije que no rezase. Lo había agarrado por el cuello de la sotana. Volcaba sobre él todo el fondo de mi corazón con estremecimientos de alegría y de cólera. Parecía tan seguro. Sin embargo, ninguna de sus certidumbres valía un cabello de mujer. Ni siquiera tenía la certeza de estar vivo, porque vivía como muerto. (Camus, 1942, 122).
Esto confirma que para Mersault no había la posibilidad de un ser superior, pero que su nihilismo activo le permitía vivir basando su satisfacción y supuesta felicidad en placeres inmediatos, mas no en la confianza ni fe en nada ni nadie más allá. Es por ello que cuando su vida ha de acabar, ya que de acuerdo a su punto de vista no hay nada le siga a su penosa muerte, todo se ha de acabar para él, y termina por liberarse de todos los sentimientos guardados a través de tanto tiempo.
Las tres obras muestran referencias a las deidades, ya sea en forma de politeísmo como en La Ilíada, de monoteísmo como en El Extranjero o de forma indefinida pero con una omnipresencia segura, como en El Proceso. En los tres casos, como ya se sustentó a lo largo de este ensayo, estas deidades crean una fuerte influencia en el desarrollo de la historia, transformando las decisiones, acciones y hasta forma de ser de los personajes principales que participan en ellas. Esta comparación entre obras con un contexto y periodo histórico tan diferente nos permite concluir que en la naturaleza del hombre se encuentra el hacerse con seres superiores que lo representen y en los cuales puedan basar el transcurso de su vida. Si bien su existencia ha sido cuestionada por el mismo hombre a lo largo de toda la historia, no significa que estos seres supremos no sean reales, y que la existencia de Dios sea sólo un invento de la humanidad; por el contrario, la presencia de las deidades a lo largo de la historia del hombre cuestiona su inexistencia en este mundo que al fin y al cabo es creación propia del mismo hombre como tal.
Bibliografía:
Homero. (2005 [600 a.C.]). La Ilíada. México: Editorial Porrúa.
Kafka, Franz. (2007 [1925]). El Proceso. México: LibroDot.
Camus, Albert. (1999 [1942]). El Extranjero. Buenos Aires, Argentina: Biblioteca Camus, Alianza/Emecé.
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